Siempre junto a ti un día tu me dijiste

domingo, 13 de noviembre de 2011

No me la veía venir. Me hubiese gustado no escuchar, cerrar los ojos bien cerrados y al abrirlos descubrir la pesadilla en que me encontraba. Me había aferrado a personas, a personas que caminan, respiran, hacen y deshacen a su puro beneficio. Me había aferrado de sentimientos que se esfuman y palabras que se borran con facilidad. Fui perdiendolo todo, uno a uno, fui perdiendo una batalla imposible de ganar, fui creando este espacio que nadie puede tocar, en que me encuentro arrinconada, sola. Pensé que de pronto ellos habían entendido lo que significaban para mí, que yo sin ellos no era yo, que si me dejaban, todo se caería en mil pedazos. No importó. Abrieron la puerta y no lo dudaron, me escondí tras la cama y rece por no escuchar el ruido de la puerta al cerrarse. Tapé mis oídos con fuerzas y canté por lo bajo una canción para tranquilizarme. La primera vez que lo ví a él tan convencido, supe que lo haría, que no le temblaría el pulso, que me dejaría atrás junto con un pasado que no le gusta revolver. Olvidada. Me costó creer que no le dolería, me costó creer que después de todo, me soltaría la mano y me dejaría caer en el abismo infinito, en una trampa donde las redes quemaban y su querer me odiaba. Luego, mi única amiga, la única que sabe todo de mi, me mira a los ojos y me dice, sin pudor, que soy una mentira, que no valgo la pena, que soy lo peor en este mundo, en su mundo al menos. Y temblé. Los escalofríos recorrieron cada centímetro de mi cuerpo y sin entender, sin querer entender sus palabras de enojo y odio hacia mi, la dejé decirlo todo, la dejé tirarme al piso, estrujarme y romperme. No luché, no puedo hacerlo. Después de haber luchado por alguien, de poner tus manos en el fuego por ella, cuesta mucho repetirlo, cuesta cosas que nadie puede imaginarse o entender. Ellos no lucharon por mi, ellos no pensaron en que pasaría conmigo, ellos no lloraron ni se desmoronaron. Simplemente tomaron sus cosas, dijeron adiós y lo dejaron atrás. Ellos no saben, nunca sabrán cuánto pesan sus palabras en mi cabeza y en mi corazón, no saben que nunca olvidaré esas huellas que marcaron para no borrarlas más, que quedarán, porque no volverán. Ellos que un día me dieron la mano y cada día, una y otra vez, despiertan conmigo soltándome la mano. Me dejan ir. Me dejan caer. Una y otra vez.

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